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viernes, 29 de junio de 2012

Ibrahim Doblado murió sin doblarse

El jueves 21 de junio, quizás mientras yo conducía por una autopista del sur de La Florida, mascullando en la memoria algún párrafo titubeante, la soledad siguió acosándome con otra ausencia: moría en La Habana un amigo con el que compartí sueños, poemas, complicidades y hasta vituperios. Tenía 70 años ya, y yo sin darme cuenta.

Se llamaba, se llama, se llamará, Ibrahím Doblado del Rosario y su obra, aunque muchos funcionarios de medio pelo y mediocres de toda laya mantuvieron por mucho tiempo casi en el anonimato, es y será un legado a las letras cubanas.

Gordinflón y cansino, una mañana lejanísima en el recuerdo, llegó a mi casa de Morón para conocernos. Traía consigo un cartapacio de poemas y capítulos de una novela que nunca llegó a concluir. Y traía también el ímpetu de quien no sabe doblarse lisonjero frente al poderoso aunque le cueste la anulación y el olvido.

Poeta raigal y un narrador de cepa. Sabía para qué servía la palabra bien hilvanada, la metáfora sublime y el tiempo del relato. Y quizás esa sabiduría lo convirtió en un apestado. Era la época de la grisura, las elegías tribunicias, las odas a las consignas, las apologías rosadas a que muchos sucumbieron, pero su lírica y su cosmogonía distaban mucho de esas prácticas adocenantes.

Lo vi sufrir frente a infames bodrios de recolectores de historias oportunas y versificadores de ocasión, del mismo modo en que lo vi vibrar de euforia ante un verso fulgurante de Roberto Manzano Díaz, unas estrofas infantiles transidas de ternura de Nelio Hernández o un cuento poderoso de Rodolfo Torres. Él era entonces, un poco, su aglutinador y su guía. Se desempeñaba en eso de los talleres literarios en la provincia de Camagüey.

Contra viento, envidias y malas referencias ganó premios nacionales de literatura, publicó libros de facturas excelsas y por último se refugió en Dios y la locura. Nunca fue un mimado de las hordas culturales que lo acechaban, pero siempre fue un crítico y un amigo inestimable.

En un pequeño panegírico, que me enviara su sobrino Alexader desde España, escrito por un amigo de entonces, y publicado en un oscuro periódico de provincia, supe de su muerte. Félix Sánchez lo describe así: El viernes 22, tras unas breves horas de estancia en la funeraria de Calzada y K, acompañado de su hija Samira, partió Ibrahím hacia la eternidad. Todos sus amigos y colegas de Ciego de Ávila nos enteramos tardíamente, y no nos lo perdonamos ni lo perdonamos.


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